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Naturalmente, quien busca un casino, lo hace para jugar. Sin embargo, existen casos como el de Mar del Plata, en el que visitarlo es un hecho turístico. Construido hace 81 años, su fachada única invita a entrar a quienes van de vacaciones a la ciudad balnearia más importante de la Argentina. CodigoPoker vivió la experiencia de jugar con esta nueva normalidad a la que nos tenemos que acostumbrar. Y de ahí sale esta crónica para que ustedes, lectores amigos, sepan con qué se van a encontrar y van a extrañar cuando traspongan las puertas de la famosa Casa de Piedra…
La reapertura tras nueve meses cerrado se produjo el lunes 14 de diciembre, lo mismo que sucedió con el resto de los casinos y bingos de la Provincia de Buenos Aires. El horario es de 11 a 6 de la mañana, con restricciones. Nada que ver a lo que nos tenía acostumbrados. Hoy, ir es en plan de esparcimiento más que juego o ganar dinero, con distanciamiento social.
El sector de los juegos de paño, vacío. Falta ese ruido a fichas en el casino de Mar del Plata.
Al llegar hay que hacer una fila (apenas un par de minutos) en la calle hasta que un policía te permite la entrada, previo chequeo de la temperatura y alcohol en las manos. Una vez que suben las escaleras, otra pequeña fila espera hasta que te llaman a un mostrador para enseñar tu documento e informar tus datos (si te busca la Justicia, quedate a jugar a los dados en la playa). La primera imagen que te encontrás es un montón de máquinas tragamonedas de frente, y a la izquierda… un triste vacío. El sector para juegos de paño está intacto con mesas de ruleta, punto y banca, blackjack, dados… pero sin gente. ¡Si hasta se ve el dibujo de la gigante alfombra! Falta ese ruido a fichas tan característico que se extraña a horrores. Culpa de la pandemia, es lo que hay.
Solo quedan los slots, entonces, que año a año fueron creciendo en cantidad hasta llegar a las 1.200 máquinas en épocas normales. Separados en tres grandes grupos, con asientos anulados para evitar que la gente esté una al lado de la otra, se escucha el sonido de estos aparatos que seducen, sobre todo, a la gente mayor. Aunque, atentos: a los más grandes de 70 años, población de riesgo, no los dejan entrar.
Slots anulados en el medio de dos personas para favorecer el distanciamiento social.
Las máquinas son las tradicionales, aunque también hay un sector con una decena que permite jugar ruleta electrónica con apuestas mínimas de un pesito. Como en el resto de los slots, solo hay que introducir el billete en la ranura correspondiente, e inmediatamente se convierte en créditos. Si uno está esperando una máquina y alguien acaba de levantarse, personal del casino está disponible con alcohol líquido para desinfectarla.
Cuando uno decide terminar de jugar, si tuvo suerte toca el botón y sale el papel con los créditos acumulados, que se pueden cambiar por dinero en las ventanillas de cobro o introducir en otra máquina para seguir jugando.
Mientras tanto, si hay sed, se puede apagar con bebidas. De las dos tradicionales barras, la del fondo, ésa que podía ser parte de una película del Padrino, hermosamente antigua y con el Chivas Regal bien a la vista, está cerrada. Queda la del medio, en la que se puede pedir café o hasta bebidas alcohólicas pero no te las dejan consumir sentado allí; hay que tomarlas en las máquinas.
Este es el panorama que se vivió en diciembre en el Casino Central de Mar del Plata, con el verano recién comenzado. Quizá se pueda abrir otra barra, pero difícilmente se vuelvan a permitir los juegos de paño mientras dure la pandemia. Faltará, entonces, aquel ruido a fichas, la adrenalina de ver dónde cae la bola, la última carta de la banca, qué muestran los dados. La angustia, bronca, alegría de pegar un pleno. Sin embargo, sigue siendo un lugar para ir a visitar, como un museo, pero sin pinturas y muchas máquinas tragamonedas.
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Naturalmente, quien busca un casino, lo hace para jugar. Sin embargo, existen casos como el de Mar del Plata, en el que visitarlo es un hecho turístico. Construido hace 81 años, su fachada única invita a entrar a quienes van de vacaciones a la ciudad balnearia más importante de la Argentina. CodigoPoker vivió la experiencia de jugar con esta nueva normalidad a la que nos tenemos que acostumbrar. Y de ahí sale esta crónica para que ustedes, lectores amigos, sepan con qué se van a encontrar y van a extrañar cuando traspongan las puertas de la famosa Casa de Piedra…
La reapertura tras nueve meses cerrado se produjo el lunes 14 de diciembre, lo mismo que sucedió con el resto de los casinos y bingos de la Provincia de Buenos Aires. El horario es de 11 a 6 de la mañana, con restricciones. Nada que ver a lo que nos tenía acostumbrados. Hoy, ir es en plan de esparcimiento más que juego o ganar dinero, con distanciamiento social.
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Al llegar hay que hacer una fila (apenas un par de minutos) en la calle hasta que un policía te permite la entrada, previo chequeo de la temperatura y alcohol en las manos. Una vez que suben las escaleras, otra pequeña fila espera hasta que te llaman a un mostrador para enseñar tu documento e informar tus datos (si te busca la Justicia, quedate a jugar a los dados en la playa). La primera imagen que te encontrás es un montón de máquinas tragamonedas de frente, y a la izquierda… un triste vacío. El sector para juegos de paño está intacto con mesas de ruleta, punto y banca, blackjack, dados… pero sin gente. ¡Si hasta se ve el dibujo de la gigante alfombra! Falta ese ruido a fichas tan característico que se extraña a horrores. Culpa de la pandemia, es lo que hay.
Solo quedan los slots, entonces, que año a año fueron creciendo en cantidad hasta llegar a las 1.200 máquinas en épocas normales. Separados en tres grandes grupos, con asientos anulados para evitar que la gente esté una al lado de la otra, se escucha el sonido de estos aparatos que seducen, sobre todo, a la gente mayor. Aunque, atentos: a los más grandes de 70 años, población de riesgo, no los dejan entrar.
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Las máquinas son las tradicionales, aunque también hay un sector con una decena que permite jugar ruleta electrónica con apuestas mínimas de un pesito. Como en el resto de los slots, solo hay que introducir el billete en la ranura correspondiente, e inmediatamente se convierte en créditos. Si uno está esperando una máquina y alguien acaba de levantarse, personal del casino está disponible con alcohol líquido para desinfectarla.
Cuando uno decide terminar de jugar, si tuvo suerte toca el botón y sale el papel con los créditos acumulados, que se pueden cambiar por dinero en las ventanillas de cobro o introducir en otra máquina para seguir jugando.
Mientras tanto, si hay sed, se puede apagar con bebidas. De las dos tradicionales barras, la del fondo, ésa que podía ser parte de una película del Padrino, hermosamente antigua y con el Chivas Regal bien a la vista, está cerrada. Queda la del medio, en la que se puede pedir café o hasta bebidas alcohólicas pero no te las dejan consumir sentado allí; hay que tomarlas en las máquinas.
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Este es el panorama que se vivió en diciembre en el Casino Central de Mar del Plata, con el verano recién comenzado. Quizá se pueda abrir otra barra, pero difícilmente se vuelvan a permitir los juegos de paño mientras dure la pandemia. Faltará, entonces, aquel ruido a fichas, la adrenalina de ver dónde cae la bola, la última carta de la banca, qué muestran los dados. La angustia, bronca, alegría de pegar un pleno. Sin embargo, sigue siendo un lugar para ir a visitar, como un museo, pero sin pinturas y muchas máquinas tragamonedas.
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